La obsesión por ser feliz nos está enfermando

Nunca en la historia se habló tanto de felicidad. Nunca hubo tantos gurús, libros, podcasts y frases motivacionales prometiéndola. Y, sin embargo, nunca hubo tanta gente cansada, ansiosa, frustrada y medicada.

La felicidad ha dejado de ser una experiencia ocasional para convertirse en una exigencia permanente. Ya no es algo que ocurre; es algo que deberías estar sintiendo. Y si no la sientes, el problema —te dicen— eres tú.

La felicidad como obligación moral

Hoy no basta con sobrevivir, trabajar o resistir. Hay que hacerlo con una sonrisa. Estar triste ya no es un estado humano normal: es un fallo. El malestar no se escucha, se corrige. La incomodidad no se atraviesa, se tapa.

El mensaje es siempre el mismo, aunque cambie el envoltorio: si no eres feliz, no te estás esforzando lo suficiente. No has pensado bien. No has gestionado bien tus emociones. No has comprado el libro adecuado. Así, el sufrimiento —que forma parte inevitable de vivir— se convierte en culpa.

El gran engaño del pensamiento positivo

La industria del bienestar ha vendido una idea tan simple como peligrosa: que la felicidad depende casi exclusivamente de tu actitud. Esto es parcialmente cierto… y profundamente tramposo. Porque desplaza el foco: de las condiciones materiales, de la precariedad, del aislamiento, del desgaste emocional, al interior del individuo.

Si todo depende de ti, entonces todo lo que va mal también es culpa tuya. Solo tú… fallando.

Cuando sentirse mal se vuelve intolerable

El problema no es querer estar bien. El problema es no tolerar estar mal. Hemos creado una cultura que patologiza cualquier forma de dolor: la tristeza es depresión, el cansancio es un trastorno, la duda es inseguridad tóxica. Pero el dolor no siempre es un síntoma. A veces es una respuesta sana a una realidad hostil. Obligar a alguien a “ser feliz” en medio de la frustración, la pérdida o el vacío no es ayuda. Es negación.

La felicidad como producto

Hoy la felicidad se vende: en cursos, en terapias exprés, en rutinas milagro, en discursos que prometen control absoluto sobre la vida. Si no funciona, no se cuestiona el método. Se cuestiona al cliente. El resultado es devastador: personas que no solo sufren, sino que se sienten defectuosas por sufrir.

Quizá el problema no sea no ser feliz

Quizá el problema sea haber convertido la felicidad en el centro de todo. Vivir no es estar bien todo el tiempo. Vivir es atravesar estados, muchos de ellos incómodos, ambiguos o directamente dolorosos. Buscar sentido no es lo mismo que buscar placer. Y confundir ambos conceptos nos está pasando factura.

Una propuesta menos brillante, pero más honesta

Tal vez no necesitamos ser felices. Tal vez necesitamos: comprender lo que nos pasa, aceptar límites, soportar la incomodidad sin huir, dejar de exigirnos un bienestar constante. No todo se arregla con actitud. No todo se transforma pensando bonito. Y reconocer eso no es pesimismo. Es madurez.

La obsesión por ser feliz no nos ha hecho más plenos. Nos ha hecho más frágiles. Porque cuando la felicidad se convierte en mandato, cualquier tristeza se vive como un fracaso personal. Y vivir no va de eso.

Por Domingo Terroba